martes, 16 de septiembre de 2008

Efecto Carlos sánchez

Tras la visita de Carlos Sánchez al nido, todo parece haber cambiado como por arte de magia en el ánimo y en la forma de jugar de los americanistas.
El defensa cada día presenta notables evoluciones en su recuperación, y las Águilas ya ganaron tras seis fechas sin hacerlo, quizá una coincidencia, pero los hechos ahí están.


Guillermo Ochoa: “La verdad es que verlo como está, que cada vez se mueve sin menos ayuda y tan alegre, como siempre lo ha sido, es algo bien importante para todos nosotros. Es una muestra de que con coraje, orgullo y mucha fuerza de voluntad todos los retos se pueden lograr. Él lucha por tener la vida de antes y nosotros lucharemos para ser el equipo ganador de siempre.
Motiva más el hecho de que no sólo ganamos después de mucho tiempo, sino que lo hicimos ante un equipo tan importante como San Luis, que con Raúl Arias siempre ha sido muy ordenado, así que el triunfo a nosotros nos sabe a mucho, porque fue de visita y al superlíder”.


Rodrigo Íñigo: “Cuando decíamos que estábamos trabajando y que no nos salían las cosas era verdad. Lo que pasa es que no nos habíamos dado cuenta de que nuestra mentalidad estaba golpeada, por lo que al ver a Carlos tan bien y luchando, nos percatamos que nada era más grande que eso y que debíamos salir de nuestro mal momento. Tampoco hay que echar las campanas al vuelo y pensar que todo se solucionó con este triunfo, porque eso lo tendremos que confirmar en cada partido”.

CARLOS SOÑÓ EL GOL DE ESQUEDA:
“Yo hablé con todo el grupo y les pedí que tuvieran paciencia. Además yo le dije a Esqueda que un día antes había soñado que él anotaba el gol con el que ganaban y mira… Todo está en la mente y creo que con esto ya están convencidos de que sí pueden”.


LOS SUEÑOS DE CARLOS SÁNCHEZ:
Soñó cinco veces en aquella cama de hospital. ¿Sabe?, el Charz siempre ha sido bueno para el baile.

Por eso en su primer sueño:
volvió a moverse al ritmo de Maelo Ruiz, como lo hacía en el barrio de la colonia Sector Popular. Pero si movía las piernas como un bailarín, uno-dos-tres izquierda, uno-dos-tres derecha y vuelta. El tururú del rumbo. También escucha la cumbia argentina de Rodrigo y patitas pa´ qué las quiero.

Y de súbito la pista se le borra, se apaga la música y los cumbiamberos de su sueño se esfuman. Se van con el bailongo para otro lado. Todos se visten de blanco, con los rostros ocultos por el tapabocas, con aparatos extraños en las manos pintadas también de blanco. Será la anestesia o el infarto cerebral, pero Carlitos bien que vio al doctor Juan Náder echarse una cumbia mientras pedía le afeitaran la cabeza. Le cortan el cráneo, se escuchan tacones rápidos por los pasillos, susurros y llanto atrás de aquellas puertas que lo separan de la realidad.

Entonces se mira en su segundo sueño.
Trae puesta la camiseta americanista e ingresa a la cancha del estadio Azteca. Se confunden los rostros y los nombres. Cree mirar a Manolo Lapuente, quien lo llama para jugar el último partido de aquella temporada del Verano 2002. El año de las Águilas, del Bam-Bam Zamorano, de Duilio, Pável y Adolfo Ríos. Toda una vida esperando el momento de debutar y hacerlo de súbito, llegando en los últimos momentos para compartir aquel título amarillo. Observa cómo le cambia el rostro al hombre de la banca. Se parece a Raúl Arias y los colores de su playera se transforman al azul, oro y blanco del San Luis. Sí, porque Mario Carrillo y Leo Beenhakker no se interesan por el Charz.
El sueño es largo, la voz del Cabezón Luna que se le mete a la cabeza rapada. Pero sí escuchó clarito lo que le dijo: “Nos la tenemos que jugar… Carlitos”.
Regresar al nido, siempre de súbito, jugándosela por el equipo de sus amores y esperando que el destino se acomode en su vida.

¿Su tercer sueño?
Los amigos del barrio, el quién es quién en el play station y en el albur. Si el Charz es el rey del doble sentido, los chistes y la manía esa de apretar los botones mientras mira con obsesión y angustia la pantalla donde futbolistas virtuales se la rifan en ligas de otros mundos. Dicen sus amigos que en uno de esos juegos aparece la imagen de Carlos Alberto Sánchez, el defensa americanista con el número 19 en la espalda. En ese territorio virtual sigue pegándole al balón.
Extraña su vieja habitación, de aquella casa que no habitará por mucho tiempo. Su TV, el estéreo y sus cumbiamberos de tierras candentes, los gritos con sus cuates cada vez que uno anota en aquellas canchas ajenas de plasma. Mientras duerme, con el cráneo abierto para evitar cualquier hinchazón cerebral, él sigue jugando con sus futbolistas virtuales en alguna cancha imaginaria.

El cuarto sueño:

Lo reencuentra con aquella niñez de héroes pintados de amarillo. Regresa a la edad de cinco años, cuando Carlitos va a Coapa de la mano de mamá Yolanda y llora desconsolado cada vez que mira por la TV perder a sus Águilas. De jugar a ser el Capitán Furia, Zague o Adrián Chávez. Cuando los hijos de Sánchez prueban fortuna en la escuelita de plumas amarillas y la mamá encuentra trabajo en la cafetería de Coapa. Cuando el papá Benjamín trabaja cerca de la Central de Abasto y espera que uno de sus vástagos se convierta en lo que millones de niños sueñan despiertos: ser jugadores del equipo más odiado del país.
Los hermanos Benjamín y Jonathan siguieron otros rumbos en el futbol americano. Emanuel, el pequeño, siguió a Charz desde las tribunas. Carlos disfrutaría el ponerse la camiseta tricolor en selecciones menores. Pertenecer a una generación americanista que prometía demasiado y que poco a poco se fue difuminando. La generación de los Infante, Olmedo, Patiño y Jagger´s.

El último sueño se convirtió en pesadilla.
Un coágulo que se le aparece de súbito, que le comete una zancadilla por detrás, que le cambia los planes de aquel día, de los próximos meses y los años venideros. Irónico que un médico puma le salvara la vida. El doctor Náder lo recibió aquel 12 de agosto en pésimas condiciones, con las estadísticas en contra, las que indican que de cada diez personas que llegan con infarto cerebral, sólo dos salen despiertos. Carlos fue uno de ellos, lo hizo el pasado 3 de septiembre y se fue a una casa nueva, más grande y con equipo especial y enfermeras para una rehabilitación de seis meses que le esperaba a la vuelta de la esquina.
Dice el doctor Náder que la pierna izquierda y el brazo del mismo lado están paralizados, que al Charz le cuesta trabajo hablar y que los próximos meses serán vitales para que recupere por lo menos el 50 por ciento de sus movimientos. ¿Volver a jugar?, el doctor espera estar equivocado.


Y sin embargo, Carlos Sánchez se sueña en la cancha y cada vez que cierra los ojos el balón llega hasta sus botines y mueve las piernas mejor que nunca. Cuando despierta es cuando aparecen las pesadillas. Jugar mientras duerme y descansar mientras tiene los ojos abiertos. Los medicamentos, las horas largas, esa mujer vestida de blanco, la rehabilitación que duele en el cuerpo y en el alma.

Carlos dice que la esperanza muere al último, que es hombre de retos y de futbol. Se juega un duelo de albures con el atrevido y derrotado galeno, hace reír a las enfermeras con sus ocurrencias. Maelo Ruiz lo espera para seguir cumbiando. No se raja, como no se rajan los aficionados que saturan aquella manta de Coapa con dedicatorias y bendiciones: “Vamos, Carlos, despierta… que allá afuera la vida te está esperando”.