domingo, 28 de marzo de 2010

Eduardo Martínez Duhart, le salvó la vida a Salvador

Hace dos meses, el mundo conoció al neurocirujano Eduardo Martínez Duhart, quien en absoluta discreción antes en el ISSSTE y ahora en el Hospital Ángeles Pedregal por 29 años se ha dedicado a arrebatarle a la muerte a cientos de personas.
Cada vez que este médico de 60 años logra salvar una vida, aunque su paciente en turno haya tenido que ser intervenido en las condiciones más adversas, dice sentir una satisfacción enorme de que el esfuerzo en el quirófano haya valido la pena.
Cuando él ve que el enfermo aún respira y sus signos vitales son estables durante una operación de diez, 12 o hasta 14 horas, se siente aliviado.



A principios de este año y durante más de cuatro semanas, Martínez Duhart se convirtió en el centro de atención de miles, y en algunos momentos de cientos de miles de personas. Pero no fue porque su trabajo en el quirófano haya sido televisado, sino porque es el médico que el 25 de enero pasado le salvó la vida a Salvador Cabañas, y porque, además, se plantó ante cámaras y micrófonos para informar sobre la evolución del futbolista paraguayo.
La madrugada del lunes 25 de enero, el delantero del América fue herido de bala en la cabeza en el baño de un antro llamado el Bar-Bar. De ahí fue llevado directamente al hospital, donde Martínez Duhart lo intervino por más de tres horas.
Debido a esas frecuentes apariciones en los medios, repetidas una y otra vez en la televisión, la vida del médico cambió tanto que ahora ya no puede pararse en un lugar público sin que alguna persona lo reconozca y cuchichee “Mira, es el doctor de Cabañas”.


Pero la cosa se pone aún más incómoda para el médico cuando algún americanista de hueso colorado se le acerca y le pregunta qué va a pasar con su ídolo, si podrá volver a jugar, si la bala se le va a mover y lo va a matar. “Todo eso para mí fue nuevo. La verdad es que no lo tenía considerado. Es un poquito difícil, porque no me había tocado algo parecido. Sobre todo porque
para mí es un paciente más. Yo no supe quién era hasta media operación, por todas las llamadas que hacían al quirófano para saber cómo iba. Entonces dije ¿de quién se trata? Sabía que se llamaba Salvador Cabañas, pero nada más.”


Martínez Duhart se conserva en forma, aunque no hace todo el ejercicio que necesita para aguantar las largas cirugías, por falta de tiempo libre. Los dedos de sus manos, que han operado a tantas personas que ni él mismo se acuerda cuántas, son largos, y cuando habla éstos se mueven pausadamente.
Cuenta que dentro del sistema de salud pública se entrenó durante dos años, entre 1976 y 1977 en el Hospital 20 de Noviembre. Al principio de su formación hacía más de cien procedimientos por año; entre 1977 y 1981 entró de lleno a la neurocirugía en el mismo hospital, época en la que operaba cuatro veces a la semana a tres pacientes al día.

Desde 1981 pasó al servicio de neurocirugía en el Hospital General Ignacio Zaragoza, también del ISSSTE, y tres años después se fue al Hospital Regional Adolfo López Mateos. Desde 1989 hasta hace seis años, fue el jefe de neurocirugía de ese hospital. Pero definitivamente donde Eduardo Martínez tuvo más chamba fue en su estancia en Zaragoza, pues dice que “la zona de Nezahualcóyotl es muy violenta y hay muchísimos pacientes”.

Públicamente Eduardo Martínez fue conocido hace apenas dos meses. Pero el médico que el viernes pasado cumplió 60 años y que lleva más de la mitad dedicado a la medicina, ha tenido todos los cargos habidos y por haber. Fue presidente del Consejo Mexicano de Cirugía Neurológica, entre 1998 y 2000; hace seis años fue secretario de la Asociación Mexicana de Cirujanos de Columna; delegado senior de la Sociedad Mexicana de Cirugía Neurológica ante la World Federation of Neurological Surgery desde 2000 y desde hace dos años es el coordinador de neurocirugía del Hospital Ángeles del Pedregal.
Eduardo Martínez Duhart, egresado de la UNAM, dice que decidió dedicarse a la neurocirugía tan pronto terminó su carrera en 1975. Reflexionó sobre en qué campo se conocía menos y en dónde podía haber más futuro en la investigación. “Entonces me convencí por la neurocirugía, no la neurología, a mí me encanta la neurocirugía”.

Para este médico cualquier operación en la cabeza tiene su grado de complejidad. Ha operado malformaciones congénitas, ha tenido que reconstruir la unión cráneoespinal, ha quitado tumores de la base del cráneo sin lastimar el cerebro, tumores malignos y tumores benignos; ha tenido intervenciones de tumores que crecen muy lentamente y cuando se manifiestan llegan a tamaños considerables, y es entonces cuando se enfrenta a operaciones de más de medio día.

El neurocirujano dice que mientras está en el quirófano en una prolongada operación se mantiene firme, pero “cuando salgo de ahí entonces siento que tengo que ir al baño, que tengo sed, que estoy fatigado, pero antes, para nada. La concentración que tengo a través del microscopio, sobre la cirugía que se realiza, me bloquea”.

En los últimos 30 años la humanidad ha registrado infinidad de avances tecnológicos. Esos mismos pasan por la neurocirugía, que para Martínez Duhart han sido muy importantes. “Ahora tenemos más instrumentos y técnicas para ir resolviendo las cosas con un mejor resultado para el paciente. Hace muchos años, cuando la neurocirugía empezaba, si el paciente salía vivo era que el doctor era maravilloso, ahora la cirugía implica que el paciente salga del quirófano como entró, cuando menos, si no es que mejor.
“Ahora ese es el compromiso en ciertas cirugías. La neurocirugía ha crecido tanto que han surgido nuevas especialidades: hay neurocirugía pediátrica, neurocirugía neoplácica, neurocirugía vascular, neurocirugía de columna.”

Al hablar del caso de Salvador Cabañas, intervención que exaltó la figura de Martínez Duhart como neurocirujano, el médico explica que está acostumbrado a manejar lesiones como la que llevó al futbolista al hospital, aunque aclara que es muy importante la prontitud en la atención, y desarrollar una técnica adecuada, sin olvidar el sitio de lesión del paciente.
Un trauma como el de Cabañas exige estar al pendiente todo el tiempo, porque tratándose de una herida de arma de fuego las cosas se complican: primero, lleva el impacto de la velocidad; segundo, lo que proyecta hacia dentro; luego el calor que lleva ese proyectil, y el vacío que hace en el cerebro al ir avanzando, todo eso hace mucho daño.


Aunque el neurocirujano no sabe en qué va a parar la condición de Cabañas, si alguna vez recuperará la memoria del momento cuando recibió el balazo, asegura que el futbolista puede vivir con la bala dentro de la cabeza, pues será como un implante de metal. “Sabemos que tiene una coordinación muy buena, que ha recuperado los movimientos, que tiene muchísima fuerza, que está recuperando los 15 kilos que perdió, pero no sabemos realmente por qué todavía no se acuerda de lo que pasó; no pregunta qué le pasó, no se ubica en la fecha, no se ubica en dónde está; en algún momento se ubicará, pero no se va a acordar de lo que le pasó porque es como una grabadora cuando se le acaba la pila, simplemente no graba…”


Por Andrés Becerril
Publicado en Excelsior