lunes, 10 de enero de 2011

"Ladrones" de espíritu

Cruz Azul volvió a su mundo de esperanza, donde viejos y jóvenes se aferran hacia el final del ayuno y en el Azteca, es una pena que el América haya terminado siendo un equipo que no transmite nada, que no se contagia, que no contagia a nadie y que arrastra su grandeza hasta niveles de insoportable pereza.

EL AMERICA
Al más puro, único y exclusivo estilo de la casa: El América vende humo y al final de los primeros 90 minutos del campeonato, termina hecho humo.

En mucho tiempo no había visto un equipo vestido de amarillo, jugando en el Estadio Azteca, de forma tan displicente, insegura, apática, indolente, un América sin pies ni cabeza, frío, aburrido, insaboro, un América que se ganó a pulso cada uno de los abucheos y de las recriminaciones de su pueblo, un pueblo que empieza a hartarse de las promesas incumplidas, de los falsos dirigentes, entrenadores, y jugadores del América, un pueblo que se humillaba así mismo cantándole el ole al equipo visitante.

Es una pena que el América haya terminado siendo un equipo que no transmite nada, que no se contagia, que no contagia a nadiey que arrastra su grandeza hasta niveles de insoportable pereza.

Me dirán los mas acérrimos americanistas que el árbitro les anuló un par de goles que eran correctos. ¿Ah, si, y eso qué? Si cuando el Pachuca, en plena renovación futbolística y tras un papelón en el Mundial de Clubes, tocaba el balón, la diferencia entre un equipo y otro era notoria. Hay jugadores que no nacieron para vestirse de amarillo. Ángel Reyan es uno de ellos, Daniel Márquez es el otro y Nicolás Olivera es el refuerzo de lujo que sólo existe en la mente de Lapuente.

Hacia el final del partido, el Maestro Lapuente "acorríenta" aún más a éste América y saca de la cancha a Vicente Sánchez -un luchador incansable- y al Rolfi Montenegro -el otro que le pone un poco de corazón y de talento-, los únicos jugadores capaces de darle una orientación diferente al equipo cuando ataca. Lo demás fue una vergüenza: un equipo sin brújula, que no ligaba dos pases, que no metía un centro, que no peleaba, que no metía garra, ni corazón, que se perdía, que se hundía, que se aplastaba así mismo... Me parece que hemos visto la peor versión del América lapuentista.

Hubo gloriosas derrotas en el inicio del campeonato mexicano. La del Monterrey, un campeón aburguesado del que nadie se explica como puede tener la desfachatez de presentarse a jugar sin siquiera un partido de pretemporada. Pero los Rayados y Vucetich, al menos, llegaron y fallaron ante la portería del San Luis. O tal vez la goleada que sufrió Monarcas en el Jalisco ante el Atlas, con un Tomas Boy cuyo discurso empieza a agotarse y cuyo equipo empieza convertirse en uno del montón o quizá el gris empate de Chivas en el Estadio Cuauhtémoc de Puebla, pero lo del América, lo del América se cuece aparte.

Señor Lapuente y estimadísimos jugadores del América: ya basta de robar, porque no hace falta arrebatarle o hurtarle nada material a nadie para ser un ladrón. Ustedes se están robando el espíritu sagrado de un equipo grande, ganador, poderoso, de un equipo que si no le alcanzaba con el talento, se batía a sangre, a fuego, a sudor para terminar sometiendo al rival. Ustedes, señor Lapuente, ustedes jugadores del América, no tienen vergüenza, juegan para un club histórico y glorioso, les pagan bien, la gente los apoya, pero ustedes flotan en la cancha, caminan, muestran poco amor propio, cero entereza y ninguna capacidad de reacción. Ustedes son unos ladrones, porque insisto y sostengo, se están robando lo más sagrado que tiene un equipo de fútbol como el América: su espíritu.