jueves, 19 de abril de 2012

Un vestidor saludable, el secreto de Miguel Herrera

CIUDAD DE MÉXICO, 19 de abril.- Algo busca Miguel Herrera (Hidalgo, 1968) en sus vestidores, que se caracterizan por tener una mezcla de orgullo e independencia.
Es quizá lo que más ha trabajado en estos cuatro meses que lleva como entrenador del América: conseguir un diálogo adecuado para que le comprendan.
“Dicen que los jugadores son estrellas, algunos, erróneamente, les llaman vedettes; pero yo los veo como son: seres humanos, cada uno con su forma de ser, sus pensamientos y problemas y lo único que cambia en el entorno, es que son del América”, asevera el popular y pintoresco estratega.
Herrera revela para Excélsior, cómo es que domina tanto ego con la experiencia que tuvo años atrás cuando lidió con Humberto Suazo y otras figuras en el Monterrey.
“Me preparo sicológicamente para tratar a tanta gente en el vestidor, leo mucho sobre temas de unificación de personas y caracteres. Lo primero que debí hacer aquí fue ganarme su confianza.”
¿Se siente respaldado por ellos?
Creo que han confiado en lo que les he dicho, que jamás han sido promesas. Mucho pasa por los sueldos que ganan y que la gente los idolatra, por lo mismo hay que saber hablarles.
Confiesa el estratega que hay chicos a los que no les puede gritar como Jorge Reyes o Christian Bermúdez, “porque se me vienen abajo en su autoestima”. Hay otros como Érick Pimentel, quien a pesar de su juventud es muy febril, “y se levanta enojado porque es muy fúrico, lo mismo que Montenegro, quien tiene un carácter endurecido, pero cuando le di el gafete de capitán le conminé a que se comprometiera, y a pesar de que es de los más solitarios, se preocupa mucho por los chicos, eso me ayuda”, señala.
Con Christian Benítez tiene especial atención, “porque es necio y terco y prefiero manejarlo casi todo el tiempo con bromas y buen ambiente, porque cumple de esa forma”.
¿Si no cumpliera, le gritaría?
No se trata de eso, porque es de los más trabajadores. Es de los últimos en salir del club, aunque tiene muchos problemas para llegar a tiempo y eso le hace pagar multas, pero lo hace por respeto a sus compañeros.
El caprichoso futbol ofrece, a veces, recompensas, pero Miguel Herrera sabe que ninguna de ellas llega si el equipo no está unido.
“Fue lo primero que se trabajó: unificarlos. Por eso, la estrella del equipo es uno más aquí y si se equivoca, paga su multa. No quiero fastidiar a nadie en el vestidor, sino mantener el ambiente que hasta ahora nos ha funcionado sin romper la disciplina, eso nos ha ayudado a levantarnos a comparación del año pasado”.
Además de Benítez, un jugador que le fascina a Herrera es Paul Aguilar, “porque entrena a tope, se exige, se queda con Benítez y Jesús Molina a trabajar siempre un poco más. Ellos, sobre todo, me han ayudado a que todo se vuelva armónico. Ojalá en la liguilla la cosa siga así, pero de entrada soy feliz porque tengo un vestidor saludable”.
No desea ser ídolo ¿Ya entendió qué es el americanismo?
Sí. El americanismo es la gente. Cualquiera piensa que es el glamur, el dinero o la soberbía, pero no, es la afición la que hace a este club.
Parece una respuesta planeada; quizá hasta ensayada.
No, es lo que creo. La gente es la que durará, no los que estamos ahora. Muchos se acuerdan de Carlos Reinoso por ser entrenador, pero no por su paso como futbolista. Hace poco le preguntaba a un chico de aquí si conocía a Adrián Chávez y me contestó que no, entonces, la gente es la que hace el americanismo, no los ídolos que un día entrenaron en estos campos. A mí no me interesa ser ídolo en el América, ni que me recuerden muchos años, prefiero dejar títulos en la institución y eso de alguna manera ayudará a mi imagen, pero no firmé para ser famoso.
Éste es Miguel Herrera, el técnico del América, un pasante de protesista dental que recién terminó de leer: Jornada de errores médicos y que día a día trabaja en gestionar un buen vestidor para alcanzar un título tan ansiado.

Gestiona mejor que su maestro
“Por fortuna puedo decir que Ricardo La Volpe no sólo fue un maestro, sino que es mi amigo, pero lavolpista no soy”, advierte Miguel Herrera.
Sucede que a su mentor no le fue nada bien en el América los dos meses que pudo convivir en el club, mientras él, ya va por sus primer semestre con buenos resultados.
“Recuerdo mucho a un tipo que durante la sobremesa tira todo y empieza a hacer la estrategia con los saleros, palillos y los cubiertos”, rememora el estratega, quien desayunaba con el argentino en los tiempos cuando militaban en el Atlante.
“Si había alguien que le debatía a Ricardo para aprender, ése era yo. Le cuestioné muchas cosas que hoy en día me funcionan, porque siempre le puedes aprender. Hablo continuamente con él, le explico las cosas del equipo y me orienta.”
Muchos le temen a La Volpe porque creen que le necesitan demasiado en cuestiones de parar un equipo, pero en torno a las relaciones de vestidor, donde sustenta su buen paso, Herrera prefiere omitirle detalles.
“Es de los mejores estrategas del mundo”, aclara el técnico americanista con la idea bien fija en la cabeza, “pero aquí le falló lo que en otros equipos: el vestuario. Lo más importante para mí es que el interior sea solidario, y en eso diferimos mucho a pesar de la amistad que tenemos”, dijo.
Ricardo La Volpe dirigió al América en 1996 y duró apenas dos meses, repartidos entre pretemporada y cuatro partidos, que incluyeron la fatídica goleada contra las Chivas.
“Su manejo de vestidores siempre ha sido muy complicado, más si estás en un equipo como el América, que exige muchos cuidados. Tiende a rozarce, sobre todo con las figuras, y con algunos jugadores que ve con perfil bajo, no tiene un trato idóneo”, reveló su pupilo.
Está entonces Miguel Herrera en la busqueda exacta de la cual cojea La Volpe: ser un gran planificador de estrategias, como Ricardo, pero, al mismo tiempo, un transigente celador de vestidores. En esa vía sigue su camino como entrenador del club más polémico del país.