martes, 28 de mayo de 2013

Azcárraga sin camisa

Todo iba muy bien el domingo pasado con la final del torneo de Clausura de la Liga MX.

Fabulosa la victoria del América. Todo era enorme, magnífico hasta que vimos a Emilio Azcárraga, presidente de Grupo Televisa, haciendo desfiguros, con el torso desnudo, en el Estadio Azteca.

¿Por qué le voy a escribir de esto si yo soy crítico de televisión?

Porque independientemente de cualquier otra lectura, éste es un asunto de televisión, de la pantalla, de lo que se debe y de lo que no se debe hacer.

¿Qué fue lo que vimos esa noche, en vivo, en El Canal de las Estrellas?

Mucha fiesta, mucha producción, la pantalla dividida en cuadros y súbitamente, sin que nadie se lo esperara, la voz narradora de esa transmisión nos dice, como si fuera una gracia, que Emilio Azcárraga, enfatizando su posición como dueño del América, estaba celebrando sin camisa en el estadio.

¿Por qué lo dijo? ¿Por qué lo dijo en ese tono? ¿Por qué lo dijo dando todos esos antecedentes? ¿Quién se lo pidió? Ni siquiera estábamos viendo eso. ¿Cómo?

A los pocos segundos de esto, como que una cámara fue y buscó al señor Azcárraga.

¿Y con qué nos encontramos? Con una turba, rarísima, que se acercaba desde la cancha hacia las gradas donde estaba una de las porras, encabezada por un único individuo descamisado y aventando playeras. Era él.

Nadie más estaba con el torso desnudo, nadie más estaba arrojando ropa. En eso, como que otras cámaras lo alcanzan y lo centran justo cuando empieza a hacer reverencias y ademanes de un agradecimiento desmedido, insólito.

Cualquier productor en su sano juicio hubiera cortado. Los responsables de esa cobertura especial no mandaron a un reportero a interceptar al empresario y a preguntarle lo obvio.

La bronca fue que a esa imagen, nada afortunada, se le sumaron la dicción y unas respuestas peores.

Por ahí, a las quinientas, alguien le pasó una camiseta a don Emilio él se la puso e insistió en un punto: “ódiame más”, la leyenda de triunfo del América.

Por supuesto, la reacción en las redes sociales no se hizo esperar y a Azcárraga lo pusieron como lazo de marrano comparando su físico con el de cualquier cantidad de personajes y acusándolo de estar borracho, entre muchas otras barbaridades.

Mire, Emilio Azcárraga Jean está en su derecho de comportarse, vestirse, desvestirse y celebrar lo que quiera, como cualquier persona de cualquier rincón del mundo.

Igual, puede ir a un estadio, a un concierto o a un antro y hacer lo que se le antoje, como usted o como yo.

La bronca es que las imágenes que vimos no fueron las de un cazador furtivo que lo pescó en la cubierta de su yate, sino las de una transmisión nacional.

Y, peor tantito, él no andaba ahí como cualquier fanático de cualquier equipo andaba de dueño, y tan andaba que su gente, en lugar de evitar encontrárselo, lo buscó, lo encontró y le dio presentación de gala. ¡Eso es lo que no se puede!

¿Por qué? No, no es porque don Emilio se vea fino o vulgar, o por toda la avalancha de cuestiones que se dijeron en Internet.

Es porque el señor, en ese momento, estaba representando algo.

¿Qué? A un equipo, a una marca, a un conglomerado de empresas, a accionistas, socios, anunciantes y a miles de empleados.

¿A cuántos otros líderes, de ese nivel, usted ha visto en circunstancias similares? ¿Qué pasaría si algún otro personaje, de esa altura, hubiera hecho algo parecido?

Por donde quiera que se analice, el mensaje es tremendo y la euforia no es justificante de nada. Y esto que estoy diciendo no tiene nada que ver con preferencias personales, empresariales o deportivas.

Es comunicación corporativa, imagen pública y por supuesto que repercute en lo que a usted y a mí nos interesa que son los contenidos.

¿Cómo aspiramos a limpiar las pantallas de Televisa de ciertos proyectos y de ciertos personajes si su cabeza se muestra ante el mundo tal y como millones de personas lo vimos esa noche?

¿Qué va a pasar con todos esos mensajes de amor, causas y valores después de esta nota? Y guardar silencio no es la solución, eso mandaría un mensaje todavía más delicado.

¿Pero sabe qué es lo que mas me duele? Lo del “ódiame más”. Y lo digo así, me duele, porque la promoción del odio es lo que México menos necesita, ni como juego de palabras.

La frase “ódiame más” esconde soberbia, impunidad y muchas cosas espantosas y decirla ahora, como sinónimo de éxito, cuando hay tanta violencia en los estadios, cuando hay tantas víctimas del odio y cuando Televisa combate el bullying, es demencial.

¿Qué va a pasar aquí? ¿Nada? Bueno, incluso si no pasa nada, eso va a ser una respuesta, algo que invariablemente va a marcar a muchos de nuestros programas favoritos.

Quiero ver lo que van a hacer y a decir los asesores de Televisa, los expertos en imagen pública. Jamás habíamos visto algo así en cadena nacional. ¿O me equivoco?