para cronica.com.mx
Ayer en una plática larga y profunda, de cuyos protagonistas omito sus nombres, llegamos a una triste conclusión, los tiempos en que mandaba en el América Emilio Díez Barroso han de ser profundamente extrañados en Coapa. Los tiempos en que al América se le respetaba, en que su presidente llegaba y encaraba y ponía en su lugar a los haraganes y consentidos jugadores Águilas (ese mote que el propio Güero sugirió a don Emilio Azcárraga y que se hizo realidad una noche de fuegos pirotécnicos hace casi treinta años), han quedado perdidos y contrastan en personalidad y responsabilidad.
Ya sé que fue Guillermo Cañedo White quien corrió a los últimos símbolos del rancio americanismo, y que desde entonces el equipo navega en la mediocridad, porque los goles de Cabañas no le dan el liderazgo que sí tenía un Cuauhtémoc Blanco, quien sabía que “el desmadre es hoy, y partirnos la madre en la cancha es mañana”, no hay la fuerza que Alfredo Tena o Cristóbal Ortega mostraban en la cancha, no hay ese fajarse los pantalones y jugar con el corazón, no con garra y a patadas, pero si era necesario, también así se daban y al América se le respetaba y se le odiaba.
Eran mamones y prepotentes, pero el América era el mejor equipo de México y quien quisiera vencerlo era o con un gran futbol o a fregadazos. Emilio Díez Barroso se paseaba con señorío y se le respetaba y no había un solo jugador o técnico que le discutiera algo. Sus ordenes eran lapidarias y pagó el precio de la historia el día que se le fue Leo Beenhakker, ¿y sabe qué?... Les valió gorro porque aún en medio del cisma que provocó que durante 13 años no festejaran un título, siguieron siendo un gran protagonista y no el hazmerreír de la liga, esta misma en la que el año que entra empezaran una vergonzosa lucha por no descender a la segunda división disfrazada de Primera A.
El espectáculo del domingo donde Doña Chiva fue más importante que el presidente del América, tomado inexplicablemente en las cámaras de televisión de su propia empresa, ahí a un lado, con su playerita del América, fue una vergüenza que en otro tiempo no hubiera sucedido. Más aún, porque si Jorge Vergara le arrancó la escalofriante cifra de millones de dólares que quiso a Televisa, el consorcio más poderoso de Latinoamérica y uno de los más grandes del mundo, y se da el lujo con sus decisiones estúpidas e insultantes de poner a un técnico y ganar el clásico tres días después, podría estar enseñando el lado equivocado de la historia y que en el futuro se crea que esa es la forma de dirigir a un equipo.
Y es que si usted me pregunta cuál es la diferencia entre Díez Barroso y Vergara, es que al primero se le respetaba y ganó cinco títulos de los de a de veras incluyendo triunfos de campeonato sobre sus más acérrimos rivales: Guadalajara, Cruz Azul y Pumas (2), porque se equivocó muchas veces, pero acertó más y el empresario tapatío hoy requiere del aval matrimonial para salir a dar la cara como si no fuera suficiente y poner en orden un equipo que sigue, con Paco Ramírez o sin él, siendo una desgracia.
Mal le hace al futbol mexicano que vayan mal el América o el Guadalajara, pero para como estamos, con la selección nacional moribunda, más daño le hace que no haya personalidad en quienes dirigen a los dos equipos más representativos del futbol mexicano.
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