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Insisto en el favoritismo de América para ganar el título (y también acepto que Ramón Díaz estuvo a punto de estropearme mi pronóstico).
La llegada de Jesús Ramírez evidencia lo siguiente: el trabajo y las relaciones con los jugadores construyen el éxito de un equipo.
Parecen intrascendentes las actividades recreativas que le pone a sus jugadores en las postrimerías de cada entrenamiento, pero no lo son.
Parecen peligrosos los berrinches de Enrique Vera y Edgar Castillo cuando los sacan del terreno o los mandan a la banca... pero no lo son.
Parece ilógico e incoherente cuando cambia de línea de cinco a línea de cuatro. Pero no lo es.
Chucho sabe de las virtudes y los frutos de la convivencia entre compañeros; comprende el enojo de sus jugadores, porque ahora, quieren lucir y participar más que nunca; y, por encima de todo, Chucho goza de una inteligencia en riesgo de extinción para identificar los ajustes que le convienen a su cuadro, para decidir y para darle la cara a los suyos.
América para campeón (aunque odie decirlo).
Ya me lo recriminarán ustedes (y así lo espero).