Tenía 18 años y un sinfín de sueños por delante cuando Guillermo Ochoa pisó la cancha del Estadio Azteca la tarde del 15 de febrero del 2004. Era su debut como profesional, un objetivo alcanzado, un sueño que recuerda fue más hermoso en la realidad.
El sábado, día previo al partido, estaba entrenado en Coapa como todas las mañanas, esperando su momento, su gran oportunidad. Enfrente Adolfo Ríos era el hombre que cuidaba el marco, con su figura y experiencia no había lugar para nadie más. Pero Ríos no llegó a entrenar, se presentó más tarde en Coapa junto con el doctor, y el corazón de Memo comenzó a latir a mil por hora.
Su sexto sentido le dijo que algo pasaba, que su gran oportunidad estaba por llegar.
"Ríos no se concentró, nos concentraron a Edgar Hernández y a mí y en el momento no nos dijeron quién iba a jugar, llegó la concentración, la noche y Leo Beehakker (técnico del equipo) no nos dijo nada y hasta la semana siguiente después del desayuno me habló y me preguntó que qué era lo que siempre había querido y le dije que mi sueño siempre había sido jugar con el América y en Primera División, y me dijo, pues ahí lo tienes, disfrútalo y no te preocupes por nada porque yo te respaldo y te apoyo", recuerda Ochoa como una película que guarda celosamente en su mente.
Cada palabra, cada momento aún le hacen cosquillas en la piel, lo recuerda como si hubiera visto la película un centenar de veces, aún escucha las palabras de Beenhakker dándole el voto de confianza y ésos nervios que le recorrieron el cuerpo.
"La noche anterior no dormí pensando en que podía jugar, pero justo cuando me dan la noticia estaba muy emocionado, muy feliz y un poco nervioso, porque en el primer partido uno quiere hacerlo bien, no le dije a mis papás, no le dije a nadie, mi familia siempre iba al estadio aunque no jugara y cuando llegaron, salí a calentar, me vieron y tuvieron la sorpresa en mi primer partido contra Monterrey.
"Mi mamá me contó que a veces no podía ni ver el juego, tenía que pararse ir al baño y caminar".
Su presencia en la cancha de inmediato llamó la atención, nadie podía escapar del embrujo que provocaba su talento. Con sus lances y atajadas espectaculares, el joven de apenas 18 años comenzó a hacerse un nombre. En su primera temporada jugó mil 80 minutos, Ochoa estaba dispuesto a quedarse en el marco de las Águilas.
Pero para el siguiente torneo, Óscar Ruggeri fue presentado en el América, el estratega trajo consigo a Sebastián Saja, un arquero argentino de 25 años.
"Fue una etapa complicada porque uno esperaba tener mucho más minutos, más participación después de regresar de Atenas en los Juegos Olímpicos, pero yo estaba tranquilo, sabía que había hecho las cosas bien y que podía defender la portería del América; pero cuando llegan técnicos nuevos llegan con nuevas ideas y el llegar al equipo más importante de México y tener un portero de 18 años es difícil, pero yo no me quedé en eso, yo quería demostrar partido tras partido. (Ruggeri) no me daba explicaciones ni las pedí, me enfoqué en trabajar y demostrar en los entrenamientos que podía jugar".
Pronto Ruggeri se fue del América por los malos resultados, entonces Mario Carrillo tomó el lugar, la carrera de Ochoa se encaminó al éxito. Su figura fue una constante en la titularidad del equipo, su juventud y frescura se ganaron a la afición. Memo poco a poco fue convirtiéndose en un héroe de mil batallas.
"Me han tocado cosas excelentes, campeonatos, un Mundial de Clubes, Copa Libertadores, Sudamericana, cosas que han sido excelentes en la carrera y también momento difíciles por los que pasa la institución de no conseguir títulos ni estar en Finales, pero aprendiendo de todo, sé ahora que no siempre se puede estar en el máximo nivel pero sí hay que tener una regularidad y es lo que he tratado yo en lo personal; con América es difícil porque queremos que las cosas salgan bien".
Como portero maduró rápido, como persona tuvo que hacerlo aún con mayor velocidad, perdió de cierta forma su juventud, la etapa del reventón, de los viajes con los amigos, de los romances fugaces, tuvo que ser pronto un hombre para atender las responsabilidades de su marco; por ello cuando pudo alzar la Copa en el 2005 supo que el esfuerzo había valido la pena.
"Significó mucho, fue en ese momento la cumbre de toda una vida de sacrificios, de mal pasadas, de comer a destiempos, de acelerarse con la escuela, de no ver amigos, de tiempo con la familia, de muchas cosas porque a veces uno deja atrás todo por un sueño".
La vida y su trabajo le fueron dando satisfacciones, su carrera subió como la espuma y su nombre se colocó rápido en el plano internacional, clubes prestigiados en el mundo comenzaron a hacerle marca personal para llevárselo en el futuro a tierras europeas.
Ochoa recibió la nominación al Balón de Oro en el 2007 después de colocarse justo como un infaltable en la Selección Nacional. Ahí, se ha enfrascado en una pelea deportiva con su compañero Oswaldo Sánchez, pues Memo quiere llegar a Sudáfrica 2010 siendo el portero titular.
"La posición de portero siempre ha sido muy complicada, siempre ha habido mucha pelea y no va a dejar de serlo, me ha tocado jugar, a veces no, pero a mi corta edad peleo por la titularidad, tengo mis sueños y mis objetivos; a quién no le gustaría jugar y yo siempre he tratado de hacer mi trabajo, así que claro que sí me visualizo, me sueño, me ilusiona y cada día me despierto pensando en eso (en ser titular en Sudáfrica)".
Su otro sueño, que espera convertir en un objetivo cumplido, es conquistar el futbol europeo, aún no sabe cuándo se le dará la gran oportunidad y dónde terminará su destino, pero quiere que "cuando llegue sea en el momento exacto de mi carrera porque quiero irme bien, contento de América y de México".