¿Cuántos torneos debiste esperar para vivir lo que viviste ayer? Sé que te imaginaste jugando en la cancha del Azteca, que dejaste a un lado el aficionado que eres y que soñaste con marcar el tanto de la voltereta. Sé que te sentiste Miguel Herrera y que descompusiste tu figura al igual que él de tanto festejar. Sé que recriminaste a Guillermo Vázquez por su once inicial y que después no te quedó más remedio que aplaudirle.
¿Cuántos años esperaste para adentrarte en una final así? Sé que muchos, muchos años. Lo mismo que sentiste, lo sentí yo, lo sentimos todos. ¿Ahora te imaginas lo que sintieron los jugadores?
Ni el guionista más excéntrico se hubiera atrevido a escribir una historia como la de ayer. Lluvia, 100 mil almas expectantes, error arbitral, expulsión, gol del visitante, empate, minutos finales, remate de un guardameta, locura, tiempos extras, salvadas, atajadas, desvíos, dramatismo, penales, errores, aciertos y un campeonato inolvidable.
Cruz Azul se quedó a un minuto de sepultar sus temores en el centro de la tierra. Cuestión de segundos para hacer estallar y para fragmentar de por vida la pesada loza que descansa aferrada sobre su espalda. Tendrá que esperar o bien, acostumbrarse a vivir con el dolor que esa asfixia invisible le genera. No existe remedio, no hay antídoto para contrarrestar a ese su destino ponzoñoso que se filtra por cada arteria.
Volvía a escena el mítico 27 desde los once pasos, solo que sin Comizzo y sin Hermosillo de por medio. Javier Orozco ya reflejaba en el rostro un pánico absoluto. Había miedo. Lucía pálido. La mente de Cruz Azul estaba en la lona. El Azteca los secó por dentro, frenó sus latidos y los dejó al borde del colapso.
¿Y América? América renació. Reescribió su propia historia. Nunca un cuento de final tan feliz fue relatado en tan escasos minutos. América volvió de la nada, regresó de otra dimensión. Se ausentó pero jamás perdió de vista el camino. Hoy lo odian más, pero lo aman como hacía tiempo no lo amaban.
Lloré al escuchar a Moisés Muñoz con la voz quebrada de emoción. Lloré al escuchar a Miguel Layún devorado por sensaciones de coraje y agradecimiento. Y sé que tú también lloraste. Sé que tu piel se enchinó. Que festejaste en silencio por el nerviosismo acumulado en tu pecho o que gritaste eufórico sin control.
Lloren americanistas. Lloren también. Es válido. La forma en como han escrito su último episodio es digna de película. No cualquiera soporta el vacío que ustedes sintieron cuando Teófilo la mandó al fondo. Celebren como Herrera, hagan volar sus cabelleras, gocen como Benítez, brinquen como Muñoz, despójense de toda formalidad, griten y vuelvan a gritar.
¿Y ustedes aficionados de Cruz Azul? Lloren. Lloren pero de alegría, de felicidad, de júbilo. Lloren porque muchos de los que han caído quisieran haber caído como ustedes. Muchos quisieran morir de algo y no morir de nada. Muchos quisieran dejar las rodillas en el césped como las dejó el “Chaco” Giménez y el corazón como lo dejó Corona en cada lance descomunal.
Disfrutemos de la noche más dramática y mágica de los últimos años.
Por Carlos Guerrero para Central Deportiva.