Lo que sigue, si se lo ve en términos dramáticos para los cruzazulinos es un abismo, un riesgoso precipicio que invita a votarlo todo antes que recorrerlo otra vez, algo que obliga a olvidarse del futbol durante lo que quede de vida. Pero no, pocos optarán por dar ese salto. Ahí seguirán, sobrevivientes estoicos de cinco finales desperdiciadas después de aquella del 97 en la que sí pudieron vencer al León.
Y al América, digno y merecido campeón, le seguirá la fama del león herido y valiente que supo sobreponerse para encaramarse, nuevamente en su propia gloria, venciendo a un enemigo que le contaba ya los segundos finales de su muerte.
La Final jugada anoche en el Estadio Azteca tiene un mensaje complejo y profundo. Fue un partido escrito para sumir al perdedor en un hoyo espantoso y para proyectar al ganador a un verdadero olimpo. Esos 30 segundos que le faltaron al Cruz Azul para coronarse y desterrar verdaderamente sus maldiciones... Esos 30 segundos de los que se agarró el América para renacer como un verdadero grande.
Qué destino el de unos y otros. Anoche hubo un solo ganador, que no venga con cuentos distintos nadie. Vamos a ver hasta donde vuela el ánimo americanista y hasta dónde hay que ir a rescatar, hasta que nivel del infierno, el derrotismo cementero.
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Por Rafael Ocampo para La Afición.