MÉXICO -- El América no jugó con 10. Jugó con 70,000 y con un corazón gigante. Un corazón llevado de la agonía al infarto por un estadio que se movía como marea. Y el equipo se dejó llevar. Y esta estrella vale por dos. O por diez.
Partido que ha devuelto historia y heroísmo a la famosa Liga MX. Y lo necesitaba. Las piernas tiemblan. Y todo tiembla. La cabeza va a mil y lleva tiempo recobrar la serenidad. Y si es así es que los 2 han dejado todo y nos regalaron una confirmación de las historias que deja el deporte. El futbol. Y América lo dejó todo, hasta la última gota. Y escribió una historia que su empresa, esa que tiene al equipo para generarle contenido, debería convertir en telenovela. Hoy no sólo le generó eso, le ha generado éxtasis, americanismo. Ese tan olvidado en las últimas épocas.
Y el día lo sabía. Y lloró por unos y por otros. Desde el arranque y hasta el final. Como seguro lo hizo Molina en el vestidor tras dejar con uno menos a su equipo. Al América lo ayudan los árbitros, decían. Y lo volvió a hacer. Agradecerle a Paul, sin saberlo fue el guionista de la película. De terror para los celestes, de cuento para americanistas. Y le picó el orgullo a unos y dejó desnudos a otros, sin saber qué hacer y para donde mirar.
Y ya con 10 apareció Teófilo como llanero solitario. Corrió y corrió y cuando no supo si servir al Chaco o llevarse la pelota a casa, decidió aguantar al capitán bañado en agua, entrar en puntas al área y dar una bofetada al rival. Y el Azteca se quedó sin aliento, mudo como cementerio. Y de ahí pocos se levantan. Sólo los milagros. Y este domingo fuimos testigos de uno, en primera persona.
El partido se fue entre la incredulidad de los azules y la impotencia de los amarillos. La afición celeste murmuraba, pero no se atrevía a festejar. Y no lo hizo porque conoce la historia, conoce los fantasmas como nadie. Los ha sufrido y los ha llorado. La afición rival, en gran cantidad, había dejado el Azteca, resignados y en lágrimas. Lo pagarían caro. Y entonces cuando Raúl Jiménez y Paul Aguilar agachaban la cabeza, apareció el capitán de agua para levantarla, buscar la pelota en el cielo y darle cauce a una hazaña.
El estadio se volcó, apretó los dientes, subió la marea y el partido dejó de ser de los futbolistas. Jugaron los de la tribuna. Y mientras los directivos veían el desenlace ya en la cancha, apareció el milagro de Moisés. Menos milagro que el accidente de hace un año en una autopista, más milagro del que jamás un americanista pudo imaginar. Ahí lo ganó el América, con 30 minutos todavía por delante, pero con la sensación de que tarde o temprano el título sería de casa.
Cruz Azul jugó la prórroga porque tenía que hacerlo pero el sismo los había consumado, en la cancha y en la grada. El Azteca rugió como nunca. Como Coliseo que adoraba a sus gladiadores y exigía la cabeza del de enfrente.
Llegaron los penales y los 70,000 impulsaban y festejaban. Como sabiendo el final. Y es que ven telenovelas y todas terminan igual. Con el triunfo del bueno, la muerte del villano. Y hoy Cruz Azul fue un mal villano, entregado, temeroso, acobardado. Y el cielo, incrédulo aún, abrió la llave. Aguacero para la parte final. Lágrimas dulces y amargas. Igual lloraban unos y otros. Era difícil contenerse.
Los penales le dieron sentido a lo visto. Atajada de Moisés, resbalón de Castro. La historia estaba escrita 30 minutos antes. Y entonces, cuando el cuarto disparo decidía, el corazón se detuvo. En la historia, en la hazaña, faltaba Miguel Layún. Sin él hubiera sido un clásico final "continuará". No este domingo, no en la coronación de Herrera, de Benítez, del Maza, del América. Layún descargó es esa pelota rabia, valor, carácter y llanto contenido. Corrió sin saber a dónde, espontáneo, abriendo los brazos como alas, esas que lo han dejado volar, libre y sin cargas. Sí, todo fue culpa de Layún.
A la celebración llegó como expreso el presidente del equipo, perdiendo los papeles y tirándose de cabeza con los futbolistas, los verdaderos héroes. Las formas se había perdido hacía rato y la marea amarilla se había hecho del momento. Vendaval de ida y vuelta. Los penales, ese tema tan citado durante el torneo americanista.
América ganó la décimo primera, pero ésta estrella le ha dejado más triunfos. Le ha dejado el resurgimiento del americanismo, de ganar o morir con el tanque vacío, de un grupo de leones a prueba de todo. Con o sin Herrera, con o sin crisis.
Y el miocardio aún se recupera y vuelve a su sitio. Al Olimpo, sitio que le pertenece al América. Largos 8 años valieron la pena. Con drama, con corazón, con hazaña. Con el americanismo, marca registrada. La nueva versión del Coliseo ha empujado a los suyos, gladiadores de cepa. El América puede dormir en paz. El corazón ha vuelto a ser amarillo.