Empecemos por el campeón. El América merece el crédito de un equipo que jamás bajó los brazos, que peleó contra la adversidad de un hombre menos, que sin brillantez futbolística acudió al musculo más importante que tiene que tener el ser humano y el futbolista: el corazón.
El América fue un reflejo de su entrenador: gallardo, arrojado, valiente, inspirador de una proeza. El América recuperó el testamento de sus antepasados, aquella sangre que hervía en su interior y que bajo el canto del "Vamos&Vamos América" era y es capaz de todo. El América volvió, por momentos, a su grandeza antigua. "Yo hago el primero, el estadio hace el segundo". Y no acudió a sus rostros más emblemáticos. No fue Benitez, no fue Jiménez, no fue Sambueza. La proeza se produjo desde las entrañas de Layun y desde el espíritu de Moisés Muñoz que terminó de atestar el golpe emocional que todo un estadio esperaba.
El América consiguió además una de esas proezas que terminan atrapando y convenciendo al aficionado que ese es el equipo que deben seguir que es el equipo que "deben odiar más". Cruz Azul fue otra vez un "pecho frio". Le dieron el trofeo, lo tomo, lo pateo y lo tiro a la basura. De inicio, el técnico enseño sus cartas: mientras nosotros discutíamos si utilizaría a "Chuleta" o a Pavone, él decidió colocar a un tercer contención como Israel Castro. Y después, Cruz Azul jugo con fuego. Tuvo para aniquilar la eliminatoria, para gritárselo en su cara al América, para dar la vuelta olímpica en la cancha del odiado rival y no lo hizo, no lo hizo porque se murió de miedo, tembló, se volvió un equipo timorato y cobarde. Cruz Azul no tuvo más de lo que en realidad merecía porque ganar un título bajo el estilo que propuso no habría sido coherente.
El futbol volvió a brindarnos la oportunidad de sentir, de emocionarnos, de gozar, de llorar. La imagen de la noche húmeda en el Azteca quedara a la perpetuidad en una de las finales más vibrantes de la historia. El futbol nos mostró que también que la parte mental siempre será más importante que la parte futbolística. Y el futbol nos brindó también una lección de vida: aquel que toma decisiones valientes, que lucha, que jamás baja los brazos y que alienta hasta el último suspiro del corazón, terminara bañado en la gloria.
POR DAVID FAITELSON PARA ESPN
El América fue un reflejo de su entrenador: gallardo, arrojado, valiente, inspirador de una proeza. El América recuperó el testamento de sus antepasados, aquella sangre que hervía en su interior y que bajo el canto del "Vamos&Vamos América" era y es capaz de todo. El América volvió, por momentos, a su grandeza antigua. "Yo hago el primero, el estadio hace el segundo". Y no acudió a sus rostros más emblemáticos. No fue Benitez, no fue Jiménez, no fue Sambueza. La proeza se produjo desde las entrañas de Layun y desde el espíritu de Moisés Muñoz que terminó de atestar el golpe emocional que todo un estadio esperaba.
El América consiguió además una de esas proezas que terminan atrapando y convenciendo al aficionado que ese es el equipo que deben seguir que es el equipo que "deben odiar más". Cruz Azul fue otra vez un "pecho frio". Le dieron el trofeo, lo tomo, lo pateo y lo tiro a la basura. De inicio, el técnico enseño sus cartas: mientras nosotros discutíamos si utilizaría a "Chuleta" o a Pavone, él decidió colocar a un tercer contención como Israel Castro. Y después, Cruz Azul jugo con fuego. Tuvo para aniquilar la eliminatoria, para gritárselo en su cara al América, para dar la vuelta olímpica en la cancha del odiado rival y no lo hizo, no lo hizo porque se murió de miedo, tembló, se volvió un equipo timorato y cobarde. Cruz Azul no tuvo más de lo que en realidad merecía porque ganar un título bajo el estilo que propuso no habría sido coherente.
El futbol volvió a brindarnos la oportunidad de sentir, de emocionarnos, de gozar, de llorar. La imagen de la noche húmeda en el Azteca quedara a la perpetuidad en una de las finales más vibrantes de la historia. El futbol nos mostró que también que la parte mental siempre será más importante que la parte futbolística. Y el futbol nos brindó también una lección de vida: aquel que toma decisiones valientes, que lucha, que jamás baja los brazos y que alienta hasta el último suspiro del corazón, terminara bañado en la gloria.
POR DAVID FAITELSON PARA ESPN