POR Carlos Barrón PARA EXCELSIOR.COM
Uno de los equipos más poderosos de México tiene una historia de pobreza y proezas hasta antes de que lo comprara Televisa
CIUDAD DE MÉXICO, 1 de marzo.- Al América le apodaban, antes de ser las Águilas, los Millonetas y, cosa curiosa, en el bolsillo apenas tintineaban algunas viejas monedas.
“Te daban 10 pesos de viáticos para cenar. Si íbamos a provincia a jugar, era eso lo que llevábamos”, cuenta Enrique Huerta, ex portero del club y que, por las obvias razones del tiempo, no tiene la mirada felina de cuando joven. Esconde sus ojos detrás de unas gafas gruesas.
¿Y para qué le alcanzaba con eso?, le interroga el reportero.
“Mmmmmm, no mucho, un pay de limón y un café. Eso nos cenábamos y con eso arrancábamos en la panza los partidos. Eran momentos de verdad duros, no como ahora que tienen todo y no ganan nada.”
El tiempo parece ser una fuerte corriente eléctrica. Un huerto marchito. Desde hace 18 años se reúne en la cafetería del Hotel Vermont la última guardia americanista, aquellos que sostuvieron con resultados y apenas algo en el estómago la permanencia del equipo hasta antes de la llegada de Emilio Azcárraga.
Todos han sido convidados a asistir cada mes para recordar sus hazañas en el club de Coapa, “que por aquellos tiempos ni cancha de entrenamiento tenía”, dice Antonio Alducin, uno de los integrantes del equipo de las décadas de los 50 y 60.
En la mesa quedan las moronas del pan dulce, las tazas sobre el mantel manchadas del café negro y los semblantes de papiro que enseñan aún los dientes al rememorarse jóvenes. “Lo más doloroso de estas reuniones es ir contando las bajas, los que se nos adelantan inevitablemente cada año. Sucede y es una ley natural”, manifiesta Huerta, el incansable ex portero que ya suma 70 años.
Eran los tiempos del ferrocarril, del “milagro mexicano” con Manuel Ávila Camacho y de los primeros inmigrantes hacia Estados Unidos. El América era un equipo pequeño conformado por gente a la que le gustaba la lectura y la poesía, “por eso nos querían muchos equipos, porque la mayoría de nosotros, además de jugar futbol, estudiábamos y terminamos nuestras carreras. Nos tachaban de riquillos y de mimados, pero no lo éramos”, relata Fernando Perro Cuenca.
“Para que te cambiaran las calcetas tenías que entrar con el secretario del equipo y enseñarle que ya estaban rotas, sino, ni intentarlo, porque no había para más”, acota Alducin riendo ahora de aquellas anécdotas que en su momento no le importaban, “porque jugábamos por cariño al club, a la playera”.
Para 1957, con una profunda crisis en cuanto a la economía, el América se salvó por tercera vez en esa década de descender. “Todos los torneos sufríamos porque nos íbamos y la librábamos de última hora. Aquella en la cancha del Cuautla es histórica porque ganamos 1-0 en el último partido. El campo de ellos siempre era un infierno, parecido, si no es que peor al del Zacatepec”, dice Jerónimo Buendía, aferrado a su bastón.
Jorge Cortés fue portero del Atlante y lejos de ser un intruso entre tanto americanista lleva un anillo ostentoso en el anular. “Es que crecí en el América pero nunca pude debutar ahí. Son mis dos amores y mis mejores amigos”, relata. Es el reencuentro nostálgico y recurrente, la manía de revivir por contagio el futbol como cuando se es niño, y según escribe Mario Benedetti, el charco era un océano y la muerte lisa y llana no existía. Poco a poco les va dando alcance el tiempo y la vida a todos los americanistas.
- ¿Es cierto que Cantinflas fue presidente del club? “Ése ni se paraba. Fue un invento nada más para dar publicidad porque el equipo lo que realmente requería era dinero”, revira Enrique Huerta.
El que realmente salvó al equipo hasta la llegada de Televisa fue Rafael Garza Gutiérrez Récord, quien logró reunir un grupo de empresarios que apoyaron al club, respaldados a su vez por el entrante presidente Adolfo Ruiz Cortines.
“¿Sabes cuándo nació el Clásico?”, pregunta con voz ultra terrenal Huerta. Todos los demás, codos en la mesa, escuchan para que no se les escape algún dato: “Fue en 1953, una final de Copa México. Ellos eran los mejores según decían y ni nos respetaban, pero les ganamos en penales. Terminó poniéndose Eduardo Palmer, que era delantero y fue el héroe, aunque el penal del triunfo lo metió un argentino llamado Fizol”.
Desde ese momento las Chivas agarraron un enconado odio ante el nuevo equipo capitalino que seis años más tarde tendría el dinero suficiente para comprar unos campos al sur de la ciudad y comenzar una nueva historia.