La verdad es innegable: Guillermo Ochoa, quien fuera responsable junto con el semi-retirado Salvador Cabañas de salvar un poco la imagen del América la década pasada, ha bajado enormemente su nivel. De aquel Ochoa que deslumbró con su agilidad y reflejos en la Copa América de 2007 no queda demasiado. Ahora el portero del América se ve titubeante, presionado, amedrentado ante la simple expectativa de cometer un error que vuelva a causar otra oleada de ataques y críticas en medios de comunicación. (Paréntesis: como nota curiosa y arbitraria, me doy cuenta que muchos de los que hoy atacan a Ochoa eran parte del grupo de corifeos que seguían apoyando hasta el último momento al portero más endeble y dañino de la historia del fútbol mexicano, Oswaldo Sánchez).
Es un hecho que Ochoa no es el de antes. De ser la punta de lanza en la portería del “Tri” se ha rezagado detrás de un grupo de arqueros liderados por Ochoa, Michel y hasta el consentido del “Chepo”, Talavera. Pero uno no se vuelve terrible, o una “basura” de la noche a la mañana. Los problemas, la falta de moral (ser desplazado por el “Conejo” en el mundial realmente fue un golpe durísimo) y toda clase de afectaciones emocionales pueden incidir enormemente en el rendimiento de un jugador expuesto desde una edad temprana a un verdadero carrusel mediático. La campaña anti-Ochoa es comprensible: el tipo pertenece al América, el equipo más odiado de México, es joven, es “guapo”, tiene imagen de “fresa” y es rico. Pero no por eso esta es aceptable, ni justa.