El mercurio subió rápidamente. El termómetro marcó su punto más alto, las redes sociales comenzaron a moverse a la velocidad de la luz y la mente de los americanistas se nubló permitiéndoles entrar en un estado permanente de sueños y de excitación.
Un simple nombre fue capaz de provocar todo eso: Landon Donovan.
El viejo sueño americanista volvió a cruzar el Río Bravo y a concentrarse en un jugador que parece poseer todos los “encantos” que necesita hoy el equipo: capacidad técnica, visión de campo, goles y carácter, más la personalidad que le podría convertir, de la noche a la mañana, en el futbolista que marque diferencia.
Hace algunos meses, le hicimos la pregunta cuando estaba muy cerca de comenzar la temporada con el Galaxy: ¿Jugarías en México? ¿Te gustaría jugar en el América? La risa pícara, entre misteriosa y emocionada apareció enseguida en sus ojos de color café.
Donovan marcó el domingo otro gol fundamental en su trayectoria para que el Galaxy ganara el tercer título en la historia de la Liga estadounidense de futbol, pero más que pertenecer a un club, más que ser un soporte, un lujo que tiene el equipo más tradicional de la Liga, Donovan es la cara de la MLS, el escudo y el significado mismo de lo que pretende el soccer en los Estados Unidos.
Él ha entendido perfectamente ese papel, su papel, distinguiéndose en la cancha, con su equipo y con la selección de Estados Unidos, donde se ha convertido en el “gran rival” de la selección mexicana.
“Aprendí español desde muy chico en las calles de Los Ángeles”, dice Donovan. “Si no lo hacía, no me pasaban el balón”.
En el América caería perfecto. Reúne todos los requisitos. Es buen futbolista, profesional, excelente persona y sabe su papel en la obra, lo interpreta mejor que nadie, sabe hacerse querer por sus fanáticos y odiar por sus rivales, máxima elemental para vestir la camiseta amarilla.
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