Reinoso llegó para decir justo lo que el americanismo quería escuchar. Es típico. Cuando los problemas emergen, el deseo inmediato consiste en hallar alguien que exprese exactamente lo que uno pretende. No importa si existe poco o mucho fundamento, lo que deseamos es que llegue alguien a decir que nuestra suerte cambiará y que lo que hoy es tristeza mañana será inmensa alegría. Reinoso lo entendió, hizo explotar al máximo su ya conocida pasión por las Águilas y prometió al más puro estilo del que sabe que lo primero es enamorar por los oídos.
Al nuevo técnico americanista lo acompaña algo que casi ningún otro puede presumir: se sabe que sus palabras, al menos en la intención, son sinceras. A diferencia de lo que ocurría con Manolo, de quien se sabía que el deseo de espectáculo estaba sólo en su discurso, con Reinoso se vale confiar en que ese sea su objetivo, pues su visión siempre ha sido ir hacia el frente. El punto aquí es que las buenas intenciones no bastan y que, como en una relación de pareja, decir las palabras precisas puede servir en un inicio, pero no a mediano o largo plazo.
El americanismo deberá estar de acuerdo en que al timón arribó un verdadero apasionado del equipo. Buen punto en medio del caos. Sin embargo, el enamoramiento establecido a partir de ayer entre cuerpo técnico y afición no me parece más que la pintura inequívoca de la obsolescencia en que se halla un equipo venido a menos, que cuenta con un plantel que para nada impresiona y que ha dejado de tener a los mejores entre sus filas.
Lo que en los noventas parecía romántico, hoy me parece un grito desesperado por aferrarse a un pasado tan histórico que no tendría por qué correr el riesgo de hacerse responsable de un paupérrimo presente.