Con Carlos Reinoso el América será un equipo agresivo, que difícilmente saldrá a especular. Su sello como entrenador está indeleble: exigirá entrega al máximo a sus jugadores, al grado de convertirlos en perros de caza, siempre al límite del reglamento. Y en el ataque incisivos y revolucionados. Lo que ofrece el chileno es una película demasiado vista en nuestro futbol.
Y es también una aportación de corto plazo, sin garantía alguna de éxito. Pero de que le cambiará la cara amorfa al América que le cinceló Manuel Lapuente, de eso no debe de haber ninguna duda.
¿Por qué digo que Carlos Reinoso es una apuesta de corto plazo? Por lo intenso que resulta en sus formas y procedimientos. Ese documentado delirio de que todo su entorno le rinda culto vulgarizando el término “Maestro” al referirse así a él de forma obligada, resulta ya de otro mundo. Pero ese es Reinoso.
Y ese es el americanismo, que no tiene a una mayor figura viva que él. No lo es Alfredo Tena, el famoso capitán, que elabora como entrenador un juego discreto y defensivo, apelando a sus genes. No lo es Cristóbal Ortega, ni Juan Antonio Luna, hombres de perfil demasiado bajo como para asociarlos al reducido perfil público de Michel Bauer.
Tampoco están al nivel mediático del legendario número 8, gente como Vinicio Bravo, Alex Domínguez, Cecilio de los Santos, Eduardo Bacas o cualquier otro ex jugador reconvertido en director técnico. Y uno que pudiera competirle a la leyenda, el brasileño Antonio Carlos Santos, no genera confianza pues tiene una carrera demasiado corta y muy poco afortunada. Y con algunos incidentes fuera de la cancha que no recomiendan llamarlo.
Así que como medicamento de urgencia sólo está Reinoso. Ni modo. El chileno es necesario ahorita y pronto resultará insoportable. Su protagonismo, su verborrea, sus juicios, sus exigencias… que circular es el futbol mexicano.
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